Enviado por Alberto, Madrid
Me encontraba ensimismado mirando por la ventana mientras esperábamos a que llegara la vieja profesora de Inglés. No vino, en su lugar, apareció una jovencita bastante sexy vestida con una camisa apretada blanca y una falda negra. Me pasé la clase ignorando todo lo que la señorita explicaba.
Al terminar la clase, la profesora pidió que me quedara para hablar conmigo. Cuando todo el mundo había abandonado la clase, la señorita cerró el aula con fuerza y se acercó a mi. Giró mi silla hasta colocarme sentado frente a ella y me explicó que iba a castigarme por no atender su clase.
Sin decir más, agarró la bufanda que tenía en mi mochila y me la colocó alrededor de los ojos. No veía nada. Cuando se aseguró de que el nudo no se aflojaba por mucho que tirara, se dispuso a atar mis manos con las mangas de su jersey.
Una vez inmovilizado, perplejo por la situación, noté cómo bajó bruscamente a desabrochar los vaqueros dejando descubierto mis partes nobles bien duras. Se sentó encima y comenzó a cabalgarme como una fiera, cuando estaba a punto de caramelo, dio un salto y comenzó una retahíla de insultos y escupitajos mientras me golpeaba con su mano.
Cada golpe lo hacía con más fuerza y el dolor pasaba a convertirse en algo más intenso, algo que podría llamar placentero.. Deseaba que siguiera tratándome como un trapo, deseaba comerle ese par de melones que escondía tras su camisa blanca. Pero no podía hacer nada, me tenía atado y paralizado.
Noté como su mano me agarró fuertemente del cabello y me empujó hasta dejarme caer de rodillas. Ambas manos sujetaban mi pelo y empujaban mi cabeza hacia delante, hasta que noté en mis labios una suave piel con un dulce olor a vagina que me invitaba a chupar. Lamí aquel dulce manjar con mucho gusto, sabía a días sin pasar por el bidé, su jugo empapaba mi cara, mi boca. No podía verla pero sí podía escuchar sus gemidos repletos de placer mientras sus manos seguían agarrando mi cabeza.
La bufanda se cayó y pude contemplar ese hermoso cuerpo de mi inesperada Ama. El toc toc toc de la puerta me devolvió a la realidad, sin dejarme tiempo para vestirme, me echó por la puerta de atrás, salí casi desnudo, cerró con una sonrisa pícara porque era plenamente consciente de que no había terminado. Así, doce años después, todavía sigo con dolor testicular.