Escucha Relatos

Libre y sin censuras

La dueña del bar

Enviado por Antonio, Gerona

Después de mi primer día de Máster, me desvié del camino que me llevaba a casa para tomar algo en un pequeño bar. Me acerqué a la barra y la mujer que allí se encontraba, con una voz bastante seductora me preguntó qué deseaba.

La miré de arriba a abajo, levanté las cejas y con una sonrisa pícara le pedí lo que ella quisiera. La bella mujer, de unos cincuenta y tantos largos, sonrió y me puso una cerveza bien cargada, de estas a las que se le escapa la espuma. Después otra, y otra…

El tiempo pasó volando y cuando me quise dar cuenta, estaban a punto de cerrar. Me quise poner de pie, pero algo falló, mis pies, el suelo.. no sé el qué pero sí sé que la caída fue inevitable. La mujer al ver la caída se dirigió hacia a mi con cara de preocupación y se ofreció a llevarme a casa, muy amable.

Nos subimos a su coche y en cuánto nos sentamos no pude apartar la mirada de sus piernas que parecían llamarme. Mis ojos se dirigieron hacia ella y se encontraron en una mirada traviesa mordiéndose los labios que me invitaban a besar.

Sin pensarlo dos veces, me abalancé sobre ella, comiéndole los morros con tanta fogosidad que pronto empezamos a calentarnos. Apreté fuerte mi mano debajo de su falda, le arranqué el tanga y cómodamente ella misma se movió e inclinó su asiento hacia atrás, lo que me permitió agacharme y comenzar a comerle toda floreada vagina.

Mis manos sujetaban su culo gordo mientras comía, lamía y succionaba de arriba a abajo sin parar. Puri, que era como se llamaba la vieja, se volvió loca, no dejaba de chillar y estaba a puntito de explotar. Me la saqué al completo y se la metí por delante y por detrás, a mi libre albedrío, cualquiera de sus dos agujeritos estaba dilatado para mí.

Ella paró. Me empujó, se agachó y comenzó a hacerme la mejor mamada de mi vida, la más maravillosa del mundo. Era increíble hasta donde era capaz de tragar. Se la metía en la boca, relamía y tiraba de ella como si fuera un chupete. Hasta que me corrí dentro y empapé toda su garganta con mi lefa. Sin duda, el polvo más inesperado, el mejor de mi vida.

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