Enviado por Santiago, Zaragoza
Tengo una pequeña tienda de lencería en el barrio más conocido de la ciudad. No suelo tener mucha clientela desde que mi mujer me dejó por mi mejor amigo.
Aquella tarde entraron en mi tienda dos señoras bastante resultonas, y digo señoras pues tendrían unos cincuenta y tantos. Me preguntaron por dos picardías y las acompañé hasta el probador, las dos entraron en el mismo.
Al cabo de unos minutos escuché cómo me llamaban. Me acerqué y cuando estaba lo suficientemente cerca, abrieron la cortina y me arrastraron hacia dentro. En un primer momento me encontraba perdido pero cuando fui consciente de lo que estaba pasando, me dejé llevar sin pensar.
Eran dos rubias maduras para mí. Ni en mis mejores sueños. Primero besé a la que parecía más mayor, tenía buenas tetas y el picardías se las realzaba aún más. Con mi otra mano por debajo, manoseaba su jugosa vulva y movía los dedos mientras sus piernas se iban abriendo para mí.
Me senté en el banco del probador y la que parecía más joven, se montó encima mientras la otra me comía la boca. Se puso a bajarme los pantalones y a comerme hasta el último pelo de las pelotas. Cuanto más rápido lo hacía con más ansia chupaba yo a la otra.
Se apartó de mí y comenzó a besar a la otra mujer, se notaba que no era la primera vez que hacían una travesura de estas. De pie, arrimadas a una pared, se besaban y se metían mano frente a mí, mirándome. No pude aguantar más, me levanté y se la metí con los ojos cerrados, cuando me di cuenta, estaba partiéndole el culo.
Se la clavé hasta el fondo notando como sus nalgas rebotaban sobre mis huevos. Para que la otra no se pusiera celosa, también le di su merecida ración. Se fueron turnando durante más de media hora. Cuando acabamos salieron de la tienda con el picardías puesto, sin pagar claro, nunca más las volví a ver.