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Libre y sin censuras

La cocinera sumisa

Enviado por Elena, Ibiza

Mi nombre es Elena, soy una chica sencilla que trabaja de cocinera en un restaurante. Mi mano derecha en la cocina es Tomás. Un alemán bastante atractivo pero demasiado reservado.

Llevamos ocho años trabajando juntos y apenas sé algo de su vida. Posee un extraño carácter; apenas habla con nadie, ni siquiera conmigo que estoy con él todo a diario. Tras una dura jornada, un buen día me invitó a su casa a tomar algo.

Accedí con gusto porque además pensé que sería buena oportunidad para conocerle mejor, nos fuimos en su coche. Vivía en un pequeño ático, bastante desordenado pero acogedor.

Tomás, además de cocinero, era un experto coctelero, sacó unas botellas y empezó a preparar una de sus especialidades, «el gintonic». Un combinado bastante conocido que preparado por manos expertas, sabe a gloria.

Nos sentamos a beber en el sofá. En mitad de la conversación, de forma repentina, sin mediar palabra se tiró sobre mí. Me besó y cuando mis labios reaccionaron incrédula, me mordió. Agarró fuerte mis manos y me arrastró hasta la cama.

Con voz brusca e imperativa me pidió que me desnudara. Agaché la cabeza y súbdita, obedecí sin protestar. Me cogió del cuello y me apretó con fuerza el paquete en la cara.

Me dijo: «esto es lo que necesitas», «un buen macho alemán». Presentí que un enorme bicho aguardaba frente a mí. Estaba completamente duro. Se había excitado al ver el miedo en mi rostro. 

Le dije, Tomás, esto es demasiado grande para mí, jamás he probado nada igual. Le rogué por favor que no la metiera dentro de mí. Le susurré que se la comería bien, pero que por favor…. Me espetó  ¡Come y calla!. Me ordenó mientras con sus manos empujaba mi cabeza para chuparle hasta el final.

Empecé a mamar aquel delicioso manjar. Mientras se la comía, alargaba su brazo para tocarme el trasero, comenzó a golpearlo con fuerza recordándome que era una perra que tenía que poner en mi sitio. Notaba mis nalgas ardiendo, estaban al rojo vivo, uno de sus dedos empezó a entrar en mi estrecho ano.

Lo metía y lo sacaba rápidamente entre insultos y humillaciones, gritaba, «sigue sumisa, sigue así». Notaba mi cuerpo debilitarse y en ese instante Tomás aprovechó para tumbarme y abrirme de piernas. Las levantó apoyadas en su pecho y penetró como buen bávaro.

Comenzó a darme de manera brusca, violenta, me tenía sujeta por las muñecas sin poder moverme, me sentía como una muñeca entre sus brazos. Minutos más tarde, noté como me llenaba de leche. Estaba muy excitada y le pedí más, pero me respondió que él ya había acabado y que no quería seguir. Como buena sumisa, me sentí complacida por haber podido satisfacer a mi Amo, macho y Señor..

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